Hoy, el nombre «Disney» es sinónimo de debate.

Cada estreno, cada anuncio y cada remake de acción real parece dividir al público.

Las conversaciones se centran en decisiones corporativas, agendas políticas, modificaciones a personajes clásicos y una calidad percibida como decreciente en sus franquicias estelares. Desde Marvel hasta los clásicos animados como «La Sirenita» o «Blancanieves», la compañía fundada por Walt Disney se encuentra en el centro de una tormenta cultural.

Pero esta conversación, tan anclada en el presente, a menudo olvida o confunde al hombre que lo inició todo.

Este artículo no busca defender las decisiones de la corporación de 2025. Busca, en cambio, pulsar «pausa» en el ruido actual y rebobinar hasta el origen, para redescubrir por qué el nombre «Disney» se convirtió en sinónimo de magia en primer lugar. Este es un recordatorio sobre Walt Disney: el artista, el innovador y el emprendedor tenaz cuyo impacto en el siglo XX es, sencillamente, innegable.

El Artista Rechazado

El camino al éxito de Walt Disney no fue un paseo. No salió de la escuela para ser contratado por un gran estudio; de hecho, sus primeros intentos fueron fracasos rotundos.

Su primera compañía de animación, Laugh-O-Gram Studio, fundada en Kansas City, cayó en bancarrota. Con poco más que sus herramientas de dibujo y una idea, se mudó a Hollywood. Allí, justo cuando comenzaba a tener éxito con un personaje llamado Oswald the Lucky Rabbit, fue traicionado por su distribuidor, quien le arrebató los derechos del personaje y se llevó a casi todo su equipo de animadores.

Fue un golpe devastador que habría terminado con la carrera de muchos. Pero fue en ese viaje de tren de regreso, derrotado y sin su creación, donde la leyenda dice que nació Mickey Mouse. Walt no fue simplemente un soñador; fue un luchador que convirtió la bancarrota y la traición en el punto de partida de un imperio.

La Innovación como ADN

El amor de Walt por el dibujo y la animación era la base de todo, pero su verdadero genio residía en su negativa a aceptar las limitaciones técnicas de su tiempo.

Cuando el sonido llegó al cine, otros estudios trataron las caricaturas como un producto secundario. Walt vio una revolución. «Steamboat Willie» (1928) no fue la primera animación con sonido, pero fue la primera en sincronizar perfectamente la música, los efectos y la acción con una precisión obsesiva. Transformó la animación de un espectáculo visual mudo a una experiencia audiovisual completa.

Poco después, apostó todo por el costoso proceso de Technicolor para su corto «Flowers and Trees» (1932), ganando el primer Oscar para un cortometraje animado y estableciendo el color como el nuevo estándar de la industria.

La «Locura de Disney» que Cambió el Cine

La innovación más grande de Walt, y su mayor riesgo, fue su convicción de que la animación podía contar historias profundas. En 1934, anunció su plan de producir un largometraje animado: «Blancanieves y los Siete Enanitos».

La industria se burló. El proyecto fue apodado «La Locura de Disney». Todos, incluyendo su hermano y socio Roy Disney, le advirtieron que nadie, absolutamente nadie, pagaría por ver una película de dibujos animados de 80 minutos. Se creía que el público se aburriría, que los colores brillantes cansarían la vista y que el estudio iría directamente a la quiebra.

Walt no escuchó. Hipotecó su casa y arriesgó la totalidad de su estudio para financiar el proyecto. Cuando «Blancanieves» se estrenó en 1937, no solo fue un éxito; fue un fenómeno cultural y comercial que redefinió el entretenimiento. No solo salvó a la compañía, sino que creó la industria del largometraje animado como la conocemos. Demostró que los dibujos podían evocar lágrimas, risas y suspenso con la misma fuerza que una película de acción real.

El Visionario que Construyó el Sueño

El imperio de Walt no se limitó a la pantalla. Su visión se expandió al mundo físico. En una era donde los parques de diversiones a menudo eran vistos como lugares sucios, caóticos y poco familiares, Walt imaginó algo diferente.

Creó Disneyland (1955), el primer «parque temático». No era una colección de atracciones; era un entorno inmersivo, limpio y meticulosamente diseñado donde las familias podían entrar y caminar por los mundos que solo habían visto en sus películas. Fue una extensión de su amor por el storytelling (narración de historias), aplicada al espacio físico.

Conclusión: Separando al Creador de la Corporación

Hoy es fácil, y quizás justificado, criticar la dirección de The Walt Disney Company. Las decisiones de un conglomerado global multimillonario, décadas después de la muerte de su fundador, responden a lógicas de mercado, presiones de accionistas y climas culturales que Walt Disney nunca conoció.

Pero es un error proyectar las polémicas de 2025 sobre la figura histórica del fundador. Se puede, y se debe, separar al hombre de la marca actual.

El legado de Walt Disney no es la última película de Marvel o el guion de un remake políticamente correcto. Su legado es la invención del largometraje animado, la revolución del sonido y el color, la creación del parque temático y la prueba de que un amor obstinado por el dibujo y la creatividad puede, literalmente, cambiar el mundo. La marca puede estar en debate; el legado del innovador es historia.